María del Rocío Martínez Prieto
Detalle BN6
- Inicio
- María del Rocío Martínez Prieto
María del Rocío Martínez Prieto
Egresada de la Maestría en Educación y Convivencia.
Estudiar la Maestría en Educación y Convivencia me permitió reafirmar que la educación es un derecho, pero también una herramienta de esperanza, y que la convivencia, más que una serie de normas, es la posibilidad real de construir un mundo donde todos tengamos un lugar, y donde todos podamos aprender, enseñar, aportar y crecer.
Inicié este camino con la materia guiada por la maestra Pitina, Bases Socioculturales del Aprendizaje y con el planteamiento del problema “Bajo nivel lector de niños y niñas en riesgo social y académico“.
Desde el primer momento, comprendí la importancia de la interacción, el diálogo y la convivencia como pilares fundamentales del aprendizaje. Fue entonces cuando me pidieron desarrollar un anteproyecto, un primer ejercicio para plasmar mis inquietudes y compromisos educativos.
Elegí abordar la literacidad como un derecho humano, una herramienta esencial para la justicia social, capaz de dotar a las personas de las competencias necesarias para argumentar, inferir, reflexionar, analizar y comprender su entorno a través del lenguaje. Pero, más allá de las habilidades, mi visión buscaba un mayor impacto: transformar las prácticas pedagógicas para construir una educación que no solo informe, sino que también forme para una paz duradera.
Esta idea no era abstracta, sino una realidad que comencé a experimentar en los círculos de lectura comunitarios y en la formación de mediadoras de lectura. En cada sesión sabatina, vi cómo la educación podía convertirse en un espacio más inclusivo, participativo y equitativo. Descubrimos que la literacidad nos abre las puertas a nuevos mundos, pero también nos permite nombrar nuestra propia realidad, hablarla, resignificarla y organizarnos para transformarla.
A través del diálogo se construyen conocimientos, pero también sociedades más justas. Y es ahí donde comprendí que la educación es, en esencia, un acto de esperanza: una apuesta por un futuro donde cada voz sea escuchada y cada historia encuentre su espacio.
Esta maestría, a mis 73 años de edad, me devolvió la posibilidad de aprender pero, sobre todo, la certeza de que la educación sigue siendo la mejor herramienta para cambiar el mundo, palabra por palabra, encuentro por encuentro, comunidad por comunidad. Por eso doy las gracias de corazón.